Mi ilusión de avanzar por Centroamérica me desbordaba. Había pisado tierra panameña y costarricense, así que había llegado el momento de cruzar a Nicaragua. Este país es una puerta de entrada para luego ir a Honduras o El Salvador. La primera vez que iba a intentar acercarme a Nicaragua cancelé mi viaje, lo hice por una imprevista pero bella invitación a pasar la Navidad en Estados Unidos. Siendo mi primera visita al monstruo norteamericano. Así que esperé para pasar el Año Nuevo o Noche Vieja en el país Nica. Era el 30 de diciembre, por la mañana, cuando me acerqué al Paso Fronterizo Peñas Blancas. Salí de Costa Rica, me sellaron el pasaporte, validando mi salida del país con destino a Nicaragua. Pagué las tasas necesarias de salida, ocho dólares, pero finalmente pagué 10, por ser parte de la ‘forma’ de pago en esa frontera. Primera vez que me cobran por salir de un país y por entrar a otro.
Luego, antes de pasar a algún mostrador de atención de la policía nicaragüense, me cobraron un dólar, por tasa municipal.
Cuando llegó mi turno, lo primero que me preguntaron fue la dirección de hospedaje, yo llevaba reservas de hostales especialmente para enseñar a la policía, reservé con la intención de cancelarlas luego. Me ‘atendieron ‘ distintos policías. Se presentaron cuatro, en aproximadamente una hora. Me interrogaban insistentemente. Luego de que pasara un buen rato, una mujer policía, que no había visto antes, se acercó y me dijo que la acompañara. Sin decirme alguna palabra, caminamos juntas. Yo creía que íbamos a alguna oficina al exterior del recinto fronterizo. Le pregunté que estaba pasando y me dijo: – no puede entrar al país-. -¿Cómo que no puedo entrar?- le pregunté. ¿Cuál es el motivo?- por ser periodista y tener publicaciones inapropiadas-. Me dijo que era una orden de su jefe y que ella era una mandada. En ese instante no creía que era real lo que me estaba pasando. Esa policía me estaba acompañando muy amablemente al límite con Costa Rica, dando orden a policías nicaragüenses que yo no podía cruzar. Saqué de mi bolsillo mi teléfono y la policía me amenazó diciendo que guardara mi móvil o si no iba a retener mi pasaporte o llevarme detenida. Le pedí hablar con su jefe, pero no obtuve respuesta.
La sensación de injusticia, de mucha impotencia por ese atropello a los derechos humanos, nunca la había sentido en carne propia.
Con todo lo sucedido sentí que ha pesar de no haber logrado cruzar la frontera, fue lo mejor para mí. Si le mentía a la policía, que yo era una profesora o secretaria, seguro no hubiera pasado algo así. Pero que pasa si hubiesen descubierto la verdad, yo circulando dentro del país con falsa información, no quiero ni imaginar el abanico de posibilidades bajo ese régimen represivo.
Uno de mis propósitos del viaje es documentar historias, sueños y mensajes de mujeres, lesbianas y transgéneros. No he podido pisar tierra nicaragüense, pero si he logrado entrevistar a mujeres de allí. Todo ha sido posible gracias al gran movimiento migratorio que existe hace algunos años. Así que no me puedo quejar, todo lo contrario, sólo sentimientos de agradecimiento me vienen a cada instante.
Entiendo que ese país vive una brutal represión, lo que significa que mi papel y lápiz son una gran amenaza y peligro para Ortega y Murillo, porque no quieren que se conozca la verdad de lo que sucede al interior de tal dolido país. Definitivamente soy peligrosa, soy mujer, soy periodista.
