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Estambul: doce camas, una amiga.

Crucé la frontera terrestre desde Bulgaria a Estambul, me moví en autobús. Me sentía muy ilusionada por llegar, era nada más y nada menos que Estambul, esa ciudad de tantas películas, de tantas historias.

Llegué a oscuras, si bien eran pasadas las 18:00 horas pero ya había anochecido. Mi meta en esos momentos era llegar hasta mi albergue. Por los países y anteriores me había organizado a través de la aplicación de alojamientos gratuitos Couchsurfing, pero en Turquía, había un riesgo importante, especialmente por ser mujer y andar sola. Incluso la página oficial del Consulado de España en Turquía dan expresamente la recomendación de no usar esta aplicación. Y ya lo había notado, ya que había publicado mi viaje en la aplicación y recibí alrededor de 100 mensajes de, solamente, hombres, con muchas propuestas de hospedaje que no me daban confianza. Por lo que busqué alojamiento pagado.

No tenía Internet en esos momentos, tampoco compré una tarjeta para mi teléfono, porque tendría wifi en el alojamiento. Así que, como en mi viaje, cuando vivía una situación similar, me estudiaba muy bien el mapa y sacaba las fotos que fuesen necesarias para orientarme bien al llegar a un nuevo lugar. La mayoría de las veces me resultó maravillosamente, en otras pocas tuve que preguntar a la gente local. En esta oportunidad tuve la necesidad de pedir ayuda, porque estaba muy desorientada y en medio de la oscuridad, más mi pesada mochila no quería pasearme más de la cuenta por las calles de Estambul.

Un chico se ofreció a acompañarme hasta el hostal, luego de recibir algunas respuestas poco fiables, confié y acepté, yo me sentía muy alerta, con mis antenas trabajando en extremo. Estaba a sólo tres calles cortas, faltaba muy poco para llegar. Afortunadamente, pude llegar a ese sitio, por fin! con ayuda de esa persona, que fue muy amable.

Me sentía agotada, había sido un duro y largo viaje desde Bulgaria. Lo único que quería era una ducha y meterme a la cama. El encargado me llevó hasta la habitación, pero para mi sorpresa no era la que había reservado. Yo, había reservado una habitación con cuatro camas, es decir, dos literas. Pero a la que me había llevado, tenía doce. Si bien para mí estar bajo un techo es lo mejor, estoy segura. Pero de todas formas le transmití mi molestia al encargado y me ofreció una habitación de cuatro camas, compartida solamente con hombres. Así que ni me lo pensé, me quedé en la de doce camas. Había solo una persona. Era una chica, que me habló en inglés y yo le contesté en inglés, pero fue muy gracioso, porque las dos hablábamos español. Ella de Guatemala.

Me siento afortunada de haber conocido a Lucía, ‘Lu’, que en los siguientes días recorrimos juntas Estambul. Afortunadamente, hasta ahora somos muy amigas.

Lu y yo. Haciendo un brindis con té tradicional turco.

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