Crucé parte de Turquía para llegar hasta el paso fronterizo con el norte de Irak, llamado Ibrahim Khalil, en la parte más plana de la frontera occidental. Una zona con mucha historia bélica, que me convertía en una intrépida viajera, si bien algunos de los anteriores países visitados, como Colombia, Bosnia- Herzegovina o Serbia, podía decir lo mismo, pero pisar tierras iraquíes era otro escenario, completamente diferente. Este país estaba continuamente en conflicto, por lo que mis sentidos estaban más alertas que nunca. Era el norte de Irak, Kurdistán. Y allí estaba yo, pisando tierras kurdas con toda mi ilusión.
En el trayecto, que lo hice en bus, un hombre turco se me acercaba mucho. Este me ofreció agua, galletas, comida y trataba de ser amable conmigo, pero yo si bien no estaba en las mejores condiciones, pero evité un mayor contacto con él. El bus íbamos 45 pasajeros y sólo éramos tres mujeres. Con ellas tuve una fluida comunicación. Ellas estaban muy preocupadas por mí. Temían lo peor, creían que yo estaba en peligro y que lo iba a pasar muy mal. Me veían sola y eso les aterraba. Pero, afortunadamente, yo confiaba siempre que estaba todo bien. Y así fue.
Una de ellas Ulshuan, era turca, se bajó antes de llegar a la frontera, e insistía en que me quedará en su ciudad, me invitaba a alojarme en su casa junto a su marido y familia. Me sentí muy a gusto con su compañía, era un encanto, muy amorosa. Pero yo tenía claridad de mi continuidad de trayecto, no había sido nada fácil estar arriba de ese bus, así que debía llegar a mi destino final. Ella todo el tiempo trataba de persuadirme, del riesgo de cruzar a Irak, y el gran cuidado que debía tener en el camino que me quedaba.
Cruzar la frontera terrestre entre Turquía y el Kurdistán iraquí implica atravesar un territorio caracterizado por su diversidad cultural y geográfica. Los principales puntos de cruce son el paso de Habur, cerca de Şırnak, y otros pasos menores que conectan las regiones kurdas de Irak, como Dohuk y Erbil. Mi destino era Erbil.
Finalmente, llegué al Paso Fronterizo. Era un caos. Había que recoger todo el equipaje que había en el bus, tanto el de arriba, como el que se guardaba en la bodega. Yo fui por mi mochila y me dirigí, rápidamente, hasta las ventanillas de atención de público. Los pasajeros y pasajeras del bus debíamos bajarnos y esperar a que nos autorizaran a cada una a atravesar la frontera. El conductor del bus y su asistente estaban atentos para recogernos. Yo estaba junto a Basak, también turca, la otra chica que iba en el bus, ella iba a Kurdistán a visitar a una familia amiga, al menos lo que ella me dijo. Yo le seguía como un «pollito detrás de la gallina» y ella no me perdía de vista tampoco, me cuidó mucho. Mi pasaporte español, en este caso, estaba en juego. En las fronteras todo puede ser, las leyes a veces «se las lleva el viento», especialmente, en las fronteras terrestres.
Había mucha gente, todas las persona hablaban a gritos. Predominaban los policías fuertemente armados, pero de todas maneras, no existía algún orden. La ley del más fuerte, allí regía. Yo era la única visitante extranjera, de lengua materna hispana.
Mi pasaporte se lo llevó un policía y estaba tardando algunos minutos en regresármelo y yo me puse super nerviosa, ya que el bus podía partir en cualquier momento. Y además, nadie hablaba inglés y tampoco tenía conexión a Internet, para utilizar un traductor. En esos momentos algunas de las personas del bus, comenzaron a llevar sus cosas, bolsas, cajas y equipajes a otra zona, lejos del bus. Me llamó mucho la atención, porque hubo un importante movimiento de los pasajeros, que yo reconocía que eran de mi bus. Finalmente, resultó que a ese grupo de personas no les dejaron cruzar. Entre esas personas estaba Basak. Y justamente, cuándo me entregan mi pasaporte sellado con la autorización de entrada al país, la veo moverse hacia otro sector del paso fronterizo, una especie de parada de bus, donde iban las personas sin autorización de entrada y regresarían a Turquía.
Yo tuve sentimientos encontrados. Por una lado, sentí mucha pena, por ver a Basak destrozada por no poder cruzar. Era mucho el tiempo y dinero invertido en ese viaje, y el tener que regresarse a Turquía me ponía en su lugar, y me dolía mucho. Pero, por otro lado, yo estaba feliz de haberlo conseguido.
En esos momentos, nos despedimos, nos abrazamos. Se puso las manos al cuello y me da un colgante, que ella estaba usando, muy hermoso, de plata, con una flor en forma de estrella. Yo le dije que no era necesario, que ella iba a estar en mi corazón, pero insistió y me quedé con ese colgante. El hecho me emocionó. Y como ya estaba muy sensible, me cayeron las lágrimas. Y allí es cuando comenzó mi travesía en el norte de Irak.








